Capitulo II El pequeño Navegante y su amigo el Buho sabio- La señora Orca

La señora Orca


En la primera isla, blanca y alargada como si fuera un grano de

arroz, vive la señora Orca.

No terminan de poner pie en tierra, cuando un grupo de pingüinos,

ataviados con elegantes smoking, se acercan a darles la bienvenida

formando una solemne valla de pingüinos.

–Llegan a tiempo para el gran banquete que les tiene preparado

su anfitriona–, les dice el pingüino más alto con una reverencia.

Los visitantes se miran entre sí.

–Pero, ¿cómo supieron, qué íbamos a llegar hoy?–, pregunta en

voz muy baja el pequeño navegante.

–Ni siquiera nosotros sabíamos–, canta el Búho, cubriéndose con

un ala el pico.

El amigable pingüino responde:

–La señora Orca siempre tiene un lugar reservado para huéspedes

inoportunos, ¡ejem, ejem!, mejor dicho, para distinguidos visitan-

tes, como ustedes–, corrige y agrega, señalando hacia lo lejos con

el ala, –tenemos las mejores bebidas y los bocadillos más exquisitos.

Los pingüinos conducen a los visitantes hasta una mansión, don-

de recorren pasillos iluminados con candiles. Al final, llegan a un

enorme salón, en medio del cual se encuentra una mesa larguísi-

ma, repleta de platillos. El Búho reconoce, por el olor, el pato a la


naranja, bacalao noruego. También hay bocadillos y postres dignos

de los mejores reposteros franceses.

Al final de esa mesa la anfitriona, la señora Orca, levanta una aleta

para invitar a los dos visitantes a acercarse.

–Adelante, adelante, no pierdan tiempo y vengan a comer lo que

gusten, hasta donde su estómago alcance.

El Búho y el pequeño navegante inclinan la cabeza en señal de


agradecimiento, luego miran y miran, pero ninguno sabe por dón-

de empezar. Sobre el mantel se exhiben una gran cantidad de pla-

tos y frutas diversas, ellos deciden tomar un poco de cada platillo.


Al terminar de comer, se limpian la boca con una servilleta, para

después dar las gracias a su anfitriona.

La señora Orca responde con un aleteo y sigue comiendo. Después

de un rato, su inmenso cuerpo cae, haciendo un escándalo como

el que se escucharía al derrumbarse la mansión.

Para sorpresa de los visitantes, la señora Orca se queda dormida

en el piso.

–Descuiden, esto sucede con mucha frecuencia, la señora Orca

come hasta reventar–, tranquilizan los pingüinos a Lalo y al Búho.

–Después de un rato la reanimamos para que vomite y luego siga

comiendo.

Los visitantes no creen lo que oyen. Después de observar con los

ojos bien abiertos cómo un pingüino sacude a la anfitriona, se

atreven a preguntar:

–Perdón, señora Orca, ¿por qué come tanto?

La señora Orca abre un ojo, luego el otro, intenta levantarse y

responde luego de eructar.

–Es que creo que algo me hace falta en el estómago–, responde.

–Señora Orca, con todo respeto, mi maestro decía que esa hambre

es del corazón y no del estómago–, se atreve a comentar el Búho.

–¿No será que algo le falta, más bien, en su vida?

La señora Orca se lleva una aleta al hocico, cierra los ojos y respon-

de luego de un momento de silencio:

–Sí, tal vez tengas razón, a veces me siento muy sola... Pero ahora

que me acuerdo, ya me dio más hambre.

–Creo que el alimento que más requiere su vida se llama amor–,

dice el Búho.

El pequeño navegante y su amigo agradecen la comida y el reposo a sus anfitriones, la señora Orca y los pingüinos, para luego despedirse.       Saile Villalobos .  www.amazon/author/eliasgamboa.

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