La señora Orca En la primera isla, blanca y alargada como si fuera un grano de arroz, vive la señora Orca. No terminan de poner pie en tierra, cuando un grupo de pingüinos, ataviados con elegantes smoking, se acercan a darles la bienvenida formando una solemne valla de pingüinos. –Llegan a tiempo para el gran banquete que les tiene preparado su anfitriona–, les dice el pingüino más alto con una reverencia. Los visitantes se miran entre sí. –Pero, ¿cómo supieron, qué íbamos a llegar hoy?–, pregunta en voz muy baja el pequeño navegante. –Ni siquiera nosotros sabíamos–, canta el Búho, cubriéndose con un ala el pico. El amigable pingüino responde: –La señora Orca siempre tiene un lugar reservado para huéspedes inoportunos, ¡ejem, ejem!, mejor dicho, para distinguidos visitan- tes, como ustedes–, corrige y agrega, señalando hacia lo lejos con el ala, –tenemos las mejores bebidas y los bocadillos más exquisitos. Los pingüinos conducen a los visitantes hasta una mansión, don- de recorren pasi