“Mohamed Alí”, Classius Clay

Al campeón de la dignidad: “Mohamed Alí”, Classius Clay

Duro campeón del valor,
tus puños te dieron sonadas victorias.

Dotado de un físico excepcional,
Lograste hazañas pugilísticas inigualables.
 
Tu rostro de negro bello,
¿el más hermoso?

Tu adjetivo favorito:
“el más grande”.

Hacías del ring una carpa circense con tus payasadas.

Venciste uno a uno a todos tus oponentes.
Medalla de oro en las olimpiadas.
Campeón Mundial más tarde.

Showman insuperable.
Rey del rating.

En la cúspide de tu fama y tus facultades físicas,
llegó la hora de darle dimensión al hombre.

Se te dio a elegir:
ir a la guerra fue la primera opción.

La segunda sería
perder tu estatus de campeón,
adiós a la fama y el dinero.

Nació entonces Mohamed Alí,
el hombre de convicción,
el hombre de fe.

El hombre que defendió,
con dignidad y coraje,
su verdad.

La verdad por la que peleaste,
a pesar de las dolorosas consecuencias.

Era la oscura hora de enfrentar la gran pelea,
la más difícil de tu vida:
Saber de verdad quién eras tú.
¿Sólo un negro exitoso o un hombre digno de verdad?

Abrazaste una religión con convicción.

Preferiste perderlo todo,

antes de perderte a ti mismo.

Llegó la noche.
Y del pedestal de gloria en el que te encontrabas,
fuiste arrojado a una celda,
allá te expulsaron los que antes te habían admirado

Pero en la oscuridad tu alma se inundó de luz.
Tenías un  motivo,
una causa justa que defender:
¿Por qué ir a matar a alguien que no me  ha hecho nada?

Después viviste una injusta condena,
cinco años de prisión.
Pero aún después tuviste fuerzas para regresar
para triunfar en lo deportivo,
para ser campeón en la vida.

Fueron sólo tus méritos

los que te llevaron a recuperarte,

a volver a ostentar el cetro de Campeón Mundial de Boxeo.


Tus facultades no eran las mismas,

ya no eras el de antes,
y sin embargo volviste a lograrlo.

La factura fue muy grande,
la vida te cobro con el Mal de Parkinson.

Pero recibiste el trofeo mas grande de tu vida
justo cuando menos te lo esperabas.
Vino la retribución a tus esfuerzos
en una ceremonia olímpica,
aquella en la que te devolvieron tu medalla de oro
ganada en buena ley.

Te daban también el perdón
de una sociedad injusta que antes te condenó.

Ganaste la batalla más importante de tu vida,
la de sostener tus convicciones
a pesar de todas las consecuencias.

Nada te intimidó.

Habías vencido una vez más
“porque el que ama a la verdad vence al mundo”
... siempre.

Una nación entera rectificaba:
tú eras el mejor,
el más grande.

No hay mayor triunfo,
No existe galardón más valioso
que la dignidad,que el orgullo de ser un hombre de verdad 
                                                                                                               Saile Villalobos




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